Yo tenía diez perritos...

Seguro que recuerdan esta canción infantil, en la que los diez perritos se van haciendo cada vez menos, uno porque se traga un bizcocho, al otro le da tos, aquél se queda en la nieve...

Pues así nos sentimos con nuestras bicicletas, poco a poco se ha reducido su número. Una noche, llegando Ulises de trabajar descubrió que la bicicleta de montaña que se había llevado en la mañana ya no se encontraba en el estacionamiento para bicis que está al lado de la estación del metro. Después de varias vueltas para asegurarse de que de verdad había desaparecido, me llamó para comprobar que nostros no la hubiéramos tomado, así que no le quedó otra que tomar el camión para regresar todo decepcionado a casa.

Y hace apenas unas semanas, también desapareció la otra bici de montaña, aquella que fuimos a comprar de segunda mano cuando aún vivíamos en Mui Wo (si no recuerdan la historia o quieren releerla, les dejo el enlace: ¡Todo por una bicicleta!), la que utiliza Ulises para ir a pasarse por lo alrededores, pero esta vez de la parada de autobús cerca de la casa.

Hemos buscado comprar dos bicicletas de segunda mano para reponer las robadas, pero en esta ocasión no hemos tenido suerte. Las únicas que hemos visto anunciadas son muy sofisticadas y exageradamente caras.

Aunque el viernes nos pasó algo increíble: Ulises y yo fuimos a comer a un cafecito chino que nos gusta bastante y decidimos ir al mercado de Yat Tung por jícamas y otras verduras antes de regresar a casa. Como veníamos del café, entramos al conjunto habitacional por un lado diferente al que acostumbramos normalmente y, de repente, vimos la bici de Ulises entre el montón de bicis estacionadas junto a los edificios.

Yo me quedé echándole ojo a nuestro descubrimiento (no se la fueran a llevar), mientras Ulises iba a la tienda de bicis a prestarse una pinza para cortar el candado con la que estaba amarrada. Ni cinco minutos se tardó en liberar su bici y ahora hemos comprado un candado especial para evitar que se la vuelvan a robar.