Viaje a México

Desde que llegamos aquí, cada verano hemos tenido la oportunidad de viajar a México, algo que aprecio mucho, en especial si pienso en mis abuelos. Cuando ellos emigraron a México, al momento de la despedida sabían que no regresarían en varios años. No solamente por el tiempo que se tardaba uno en llegar de Europa a México (unas tres semanas en barco para cruzar el océano, más las largas horas en tren para llegar de Veracruz a la ciudad de México) sino también los costos. De antemano una disculpa a todos los amigos que no pudimos ver; este año pasamos mucho más tiempo con la familia.

Este es el segundo año que nuestro vuelo aterriza en ciudad de México a las cinco de la mañana y, al igual que el año pasado, camino del aeropuerto a la casa nos paramos en la panadería La Esperanza a comprar pan dulce. Todo nos sonreía: conchas, besos, orejas, garibaldis, espejos, bisquets, donas... Llegando a casa, nos desayunamos unos huevos racheros, nuestro panecito con café o chocolate según la edad del comensal, y luego los viajeros dormimos y dormimos tratando de recuperarnos de las casi treinta horas de viaje.


¡El paaaan!

Los días que pasamos en ciudad de México nos dedicamos a turistear. Uno de los sábados desayunamos tempranito en el famoso Sanborn´s de los azulejos para luego subir al mirador de la Torre Latinoamericana. Aunque crecí en el DF y muchas veces pasé junto a este edificio emblemático, hasta ahora nunca lo había visitado. Creo que así nos pasa mucho: tratamos de viajar, conocer lugares lejanos y visitar ciudades extranjeras, y rara vez nos tomamos el tiempo de disfrutar de nuestra propia ciudad como si fuéramos turistas, descubriendo una cara diferente de los lugares en que nos movemos habitualmente.
Lo que nos dio mucha risa fue que, estando en el mirador y disfrutando de la vista -desgraciadamente sin volcanes por la contaminación-, nos dimos cuenta que estábamos en el piso 44. Suena a mucho, pero luego recordamos que muchos de nuestros amigos por acá viven en torres de edificios habitacionales con 50, 60 o incluso más pisos.

Desde las alturas podíamos apreciar claramente el Palacio de Bellas Artes y las enormes filas de gente que lo rodeaban. Por algunos meses, en este recinto se presentaron dos exhibiciones especiales, una sobre Miguel Ángel y otra de Leonardo da Vinci. Una de las colas, que casi llegaba al otro extremo de la Alameda, era para la taquilla, mientras que la segunda fila era simplemente para poder entrar. Al ver esto, decidimos que no valía la pena tratar de ir a ver las dos muestras, por más ganas que teníamos de verlas. 

Además de la Torre Latino, caminamos por todo Avenida Madero hasta el zócalo, mirando escaparates y observando a la gente, oyendo a los merolicos y riéndonos de una señora grande que se acercó rápidamente a unas jovencitas en cuanto se dio cuenta que andaban regalando algo a los transeúntes. Cuál no fue su sorpesa cuando recibió ¡varios paquetes de condones!






 

Comments

  1. Qué bueno que visitaron México! Yo tmb tuve la oportunidad de estar por allá durante el verano. Pasamos unos días en el DF y también me tocó que estaba la expo de Miguel Angel en Bellas Artes. Quizás estuvimos los mismos días pero ni en cuenta jajaja.. Saludos!

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