Singapur por Verena
Ya que los niños terminaron de escribir sobre Singapur "voluntariamente a fuerzas", toca mi turno.
Las niñas se fueron un día antes para asegurar que todos nos pudiéramos ir a Singapur; temporada alta y boletos sujetos a espacio no son buena combinación.
En la mañanita cuando estábamos esperando el camión nos tocó ver a la pareja de búfalos de agua (water buffaloes) que viven en Mui Wo por primera vez desde que llegamos a vivir acá. Hasta donde yo sé, estos animales no son originarios de aquí sino que los trajeron para ayudar a los campesinos con el trabajo del campo. Hoy en día los búfalos son salvajes y la mayoría vive en la zona de Pui O.
Regresando al viaje: las niñas se fueron sin problemas el jueves y Santi, Nico y yo nos encontramos con Ulises, quien llegaba de Shanghai, el viernes por la mañana en el aeropuerto.
Como el vuelo estaba lleno, nos hicieron esperar y esperar hasta que al final empezaron a documentarnos. Algún problema tuvo la empleada del mostrador porque veíamos que hacía gestos como de preocupación, borraba algo en su computadora, volvía a teclear, hacía boca de moñito y no sacaba nuestros pases de abordar. Por fin su compañera le ayudó y nos dieron nuestros documentos media hora antes de la salida del vuelo.
Pasamos seguridad sufriendo cada vez que se atoraba la fila, migración por suerte estaba completamente vacío y luego corrimos y corrimos por los larguísimos pasillos del aeropuerto.
Obviamente, el avión estaba en la otra terminal por lo que tuvimos que tomar el trenecito, además era la última posición. Llegamos apenas, todos acalorados y con el corazón acelerado, pero alcanzamos el vuelo a Singapur.
Llegamos al hotel, nos acomodamos y luego pasaron Toño y su familia por nosotros. Como ellos tenían un compromiso previo, nos dejaron en un centro comercial donde cenamos delicioso. Además encontramos un Carrefour donde compramos un colchón inflable para los chavos ya que en el hotel no había camas extras suficientes.
El 24 por la mañana fuimos al ArtScience Museum con Dani y Diego a ver la exhibición del Titanic. El museo tiene forma de flor de loto y se me hizo bellísimo. Los pétalos recogen el agua de lluvia que cae en una fuente al centro de la construcción y se utiliza para alimentar los baños del museo.
Entrando a la exhibición está la "proa" del barco, para que los visitantes puedan recrear la famosa escena de la película con Leonardo di Caprio y Kate Winslet. Lo malo es que no puedes tomar fotos tú mismo, sino que la tienes que comprar al final.
En las primeras salas se muestra cómo fue construído el barco y luego pasas al muelle para abordar y recorrer todo el interior comenzando por primera clase; en una de las salas recrearon la escalera para que -nuevamente- pudieran tomarte una foto. Conforme íbamos avanzando visitamos las diferentes cabinas, los restaurantes e incluso "bajamos" hasta el cuarto de máquinas.
Cada sala estaba ambientada con una música diferente, reflejando lo que estábamos viendo. En primera clase oíamos valses y música clásica, en segunda canciones populares de la época y en tercera el monótono retumbar de los motores.
Cuando entramos a la sala en la que se describe la colisión con el iceberg lo primero que saltaba a la vista era un enorme bloque de hielo con huellas de manos. Claro que tratamos de poner las nuestras pero era imposible. El ambiente frío reforzaba la sensación de soledad y pérdida que reflejaban los objetos expuestos.
No supe cuánto tiempo pasamos en el museo, pero cuando acabamos todos teníamos muchísima hambre. La cafetería del museo no ofrecía más que café y galletitas, así que nos pasamos al centro comercial para comer algo pequeño; en la noche nos esperaba una deliciosa cena en casa de Toño y Lorena.
Con la pancita llena regresamos a ver la muestra de Cartier que, aunque buena, no estuvo tan interesante como la del Titanic.
La cena del 24 estuvo deliciosa, Lorena preparó un pavo que se deshacía en la boca, ensalada de pasta, jamón al horno con piña, ensalada verde, bacalao, un verdadero festín que disfrutamos de principio a fin. Nosotros aportamos el postre, un pastel navideño y Stollen y una botella de tequila.
Platicamos y platicamos y platicamos, hasta que a las cinco de la mañana nos retiramos a nuestro hotel. Obviamente, el 25 nos levantamos tarde. Después del desayuno-comida, los chicos, Toño, Lore, Dani y Diego fueron al cine (Sherlock Homes 2a. parte) mientras Ulises y yo nos fuimos a caminar por un barrio muy pintoresco de Singapur que se llama Katong.
A las seis de la tarde fuimos a misa, donde nos alcanzaron los niños, con la sorpesa de que era en mandarin. Decidimos quedarnos de todas maneras, fue una experiencia muy interesante.
Pudimos seguir las lecturas con el misal en inglés que encontramos a la entrada; el evangelio fue leído tanto en mandarin como en inglés, al igual que la homilía. Lo que más disfrutamos fue maravilloso coro que cantó las clásicas canciones de Navidad -en chino, claro está- y las campanas de la iglesia, que me recordaron a las de la iglesia luterana en México.
Después de varios meses de escuchar cantonés, aunque seguimos sin entender nada sí fuimos capaces de escuchar las diferencias entre un idioma y el otro. El mandarín es como más suave, más melodioso, mientras que el cantonés se oye como fuerte, golpeado. Interesante experiencia como dice mi amigo Hugo.
El último día en Singapur la niñas se fueron de compras con Dani a un centro comercial de la calle Orchard, mientras nosotros (Ulises, los niños y yo ) visitamos "Little India". Recorriendo la calle te sientes en otro mundo, los olores y colores son diferentes a los de las ciudades chinas, la gente tiene otro tipo de facciones, realmente es como si te hubieras transportado a la India.
Allá desayunamos y luego entramos a una tienda que vende de todo, el Mustafa Centre, sobre el que ya escribió Nico hace algunos días.
Disfrutamos mucho los días en Singapur y la hospitalidad de la familia de Toño; Ana Paula, Andrea y Dani se entendieron perfecto y casi todas las noches se quedaban platicando hasta tarde. Por cierto, creo que no he mencionado que Dani y Ana Paula nacieron el mismo día, solamente las separan unas horas. ¡Qué curiosa es la vida!
Las niñas se fueron un día antes para asegurar que todos nos pudiéramos ir a Singapur; temporada alta y boletos sujetos a espacio no son buena combinación.
En la mañanita cuando estábamos esperando el camión nos tocó ver a la pareja de búfalos de agua (water buffaloes) que viven en Mui Wo por primera vez desde que llegamos a vivir acá. Hasta donde yo sé, estos animales no son originarios de aquí sino que los trajeron para ayudar a los campesinos con el trabajo del campo. Hoy en día los búfalos son salvajes y la mayoría vive en la zona de Pui O.
Regresando al viaje: las niñas se fueron sin problemas el jueves y Santi, Nico y yo nos encontramos con Ulises, quien llegaba de Shanghai, el viernes por la mañana en el aeropuerto.
Como el vuelo estaba lleno, nos hicieron esperar y esperar hasta que al final empezaron a documentarnos. Algún problema tuvo la empleada del mostrador porque veíamos que hacía gestos como de preocupación, borraba algo en su computadora, volvía a teclear, hacía boca de moñito y no sacaba nuestros pases de abordar. Por fin su compañera le ayudó y nos dieron nuestros documentos media hora antes de la salida del vuelo.
Pasamos seguridad sufriendo cada vez que se atoraba la fila, migración por suerte estaba completamente vacío y luego corrimos y corrimos por los larguísimos pasillos del aeropuerto.
Obviamente, el avión estaba en la otra terminal por lo que tuvimos que tomar el trenecito, además era la última posición. Llegamos apenas, todos acalorados y con el corazón acelerado, pero alcanzamos el vuelo a Singapur.
Llegamos al hotel, nos acomodamos y luego pasaron Toño y su familia por nosotros. Como ellos tenían un compromiso previo, nos dejaron en un centro comercial donde cenamos delicioso. Además encontramos un Carrefour donde compramos un colchón inflable para los chavos ya que en el hotel no había camas extras suficientes.
El 24 por la mañana fuimos al ArtScience Museum con Dani y Diego a ver la exhibición del Titanic. El museo tiene forma de flor de loto y se me hizo bellísimo. Los pétalos recogen el agua de lluvia que cae en una fuente al centro de la construcción y se utiliza para alimentar los baños del museo.
Entrando a la exhibición está la "proa" del barco, para que los visitantes puedan recrear la famosa escena de la película con Leonardo di Caprio y Kate Winslet. Lo malo es que no puedes tomar fotos tú mismo, sino que la tienes que comprar al final.
Este es el boleto que te daban al entrar; al final podías buscar cuál había sido el destino del pasajero en tu boleto. |
En las primeras salas se muestra cómo fue construído el barco y luego pasas al muelle para abordar y recorrer todo el interior comenzando por primera clase; en una de las salas recrearon la escalera para que -nuevamente- pudieran tomarte una foto. Conforme íbamos avanzando visitamos las diferentes cabinas, los restaurantes e incluso "bajamos" hasta el cuarto de máquinas.
Cada sala estaba ambientada con una música diferente, reflejando lo que estábamos viendo. En primera clase oíamos valses y música clásica, en segunda canciones populares de la época y en tercera el monótono retumbar de los motores.
Cuando entramos a la sala en la que se describe la colisión con el iceberg lo primero que saltaba a la vista era un enorme bloque de hielo con huellas de manos. Claro que tratamos de poner las nuestras pero era imposible. El ambiente frío reforzaba la sensación de soledad y pérdida que reflejaban los objetos expuestos.
No supe cuánto tiempo pasamos en el museo, pero cuando acabamos todos teníamos muchísima hambre. La cafetería del museo no ofrecía más que café y galletitas, así que nos pasamos al centro comercial para comer algo pequeño; en la noche nos esperaba una deliciosa cena en casa de Toño y Lorena.
Con la pancita llena regresamos a ver la muestra de Cartier que, aunque buena, no estuvo tan interesante como la del Titanic.
La cena del 24 estuvo deliciosa, Lorena preparó un pavo que se deshacía en la boca, ensalada de pasta, jamón al horno con piña, ensalada verde, bacalao, un verdadero festín que disfrutamos de principio a fin. Nosotros aportamos el postre, un pastel navideño y Stollen y una botella de tequila.
Platicamos y platicamos y platicamos, hasta que a las cinco de la mañana nos retiramos a nuestro hotel. Obviamente, el 25 nos levantamos tarde. Después del desayuno-comida, los chicos, Toño, Lore, Dani y Diego fueron al cine (Sherlock Homes 2a. parte) mientras Ulises y yo nos fuimos a caminar por un barrio muy pintoresco de Singapur que se llama Katong.
A las seis de la tarde fuimos a misa, donde nos alcanzaron los niños, con la sorpesa de que era en mandarin. Decidimos quedarnos de todas maneras, fue una experiencia muy interesante.
Pudimos seguir las lecturas con el misal en inglés que encontramos a la entrada; el evangelio fue leído tanto en mandarin como en inglés, al igual que la homilía. Lo que más disfrutamos fue maravilloso coro que cantó las clásicas canciones de Navidad -en chino, claro está- y las campanas de la iglesia, que me recordaron a las de la iglesia luterana en México.
Después de varios meses de escuchar cantonés, aunque seguimos sin entender nada sí fuimos capaces de escuchar las diferencias entre un idioma y el otro. El mandarín es como más suave, más melodioso, mientras que el cantonés se oye como fuerte, golpeado. Interesante experiencia como dice mi amigo Hugo.
El último día en Singapur la niñas se fueron de compras con Dani a un centro comercial de la calle Orchard, mientras nosotros (Ulises, los niños y yo ) visitamos "Little India". Recorriendo la calle te sientes en otro mundo, los olores y colores son diferentes a los de las ciudades chinas, la gente tiene otro tipo de facciones, realmente es como si te hubieras transportado a la India.
Allá desayunamos y luego entramos a una tienda que vende de todo, el Mustafa Centre, sobre el que ya escribió Nico hace algunos días.
Disfrutamos mucho los días en Singapur y la hospitalidad de la familia de Toño; Ana Paula, Andrea y Dani se entendieron perfecto y casi todas las noches se quedaban platicando hasta tarde. Por cierto, creo que no he mencionado que Dani y Ana Paula nacieron el mismo día, solamente las separan unas horas. ¡Qué curiosa es la vida!
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