Ladrón que roba a ladrón...

Seguro que muchos de ustedes pueden completar este dicho mexicano, jeje. Lo he utilizado como título por algo que me sucedió en estos días del año nuevo chino.

Si han leído mis entradas anteriores, sabrán que el martes cinco de febrero se robaron mi bicicleta. El día que nos mudamos a la casa nueva, nuestra casera (quien vive en la planta baja) nos mostró el espacio frente a la entrada explicando que ahí podíamos estacionar nuestras bicicletas. 


Los primeros meses muy precavidos les poníamos candado por las noches, ya que la vereda que pasa enfrente de la casa es muy transitada, aunque con el tiempo dejamos de hacerlo. La verdad es que nos pasamos de confiados, porque aunque Hong Kong es una de las ciudades más seguras del mundo, sí llega a suceder que las bicicletas desaparecen o que el celular o la cartera que se cayeron en la calle o el autobús nunca vuelven a aparecer.

Bueno, pues el martes pasado, entre las tres de la tarde y las ocho de la noche, algún vival decidió que mi bici era muy atractiva y se la llevó consigo. 

Y aunque sé que sólo es una bicicleta, la verdad me dio mucho coraje. Por un lado el hecho que alguien no respetara la propiedad ajena; pero principalmente estaba molesta conmigo misma por no haber hecho algo tan sencillo como ponerle candado. Otra razón por lo que estaba haciendo corajes es que esta bici la compramos apenas como hace año y medio, ya que la primera que tuve no daba para más. 

Lo que me sorprendió fue la intensidad de mi reacción; según yolos múltiples cambios de los últimos siete años me habían ayudado a reducir mis apegos, pero con esta experiencia me di cuenta que es un proceso continuo. También me di cuenta cómo me había acostumbrado a la rapidez con la que voy y vengo con la bici, y el hecho de que ahora tendría que calcularle al menos el doble de tiempo me daba coraje. Agreguen a esto esa voz interna insidiosa con el sonsonete: "¿Qué te costaba ponerle el candado? Todo por 30 de segundos y no agacharte, y por la comodidad de simplemente salir y subirte a la bici..." Ya se imaginarán que no estuve de muy buen humor.

Con ese estado de ánimo, el jueves por la mañana Ulises me convenció de que lo acompañara a hacer caminata con él; le gusta mucho subir la montaña que queda atrás de la casa hasta llegar a una zona para hacer día de campo que se llama Nam Shan. 

La verdad el senderismo no es mi deporte favorito, pero decidí aprovechar que no está haciendo calor y hay poca humedad para acompañar a Ulises, y también para ver si con el ejercicio me cambiaba el ánimo.

En el regreso venía yo sola, pensando en los pendientes del día cuando al pasar por la parte de atrás del pueblo de reojo vi algo que se me hacía conocido: Una bicicleta naranja igualita a la mía. Di media vuelta, me acerqué y la revisé con cuidado; ya le habían quitado la canasta de atrás y la campana, pero no había duda: era mi bici, parada junto a un cobertizo, ¡sin candado!

Me gustaría decir que de volada tomé mi bici, pero primero le di como tres vueltas para asegurarme que realmente era la mía, luego la tomé y empecé a caminar sintiendo que estaba haciendo algo prohibido, hasta que al fiinal me dije "Pero si serás tonta, es tu bici, ¿qué esperas?", me monté y salí disparada en dirección casa, sin creer mi buena suerte.

Se me hizo muy chistoso que al llegar a casa me temblaban las piernas como si me hubiera robado un bicicleta ajena... 

Y pues aprendí mi lección, ahora estaciono la bici detrás de la casa donde no es visible desde la vereda y le pongo su candado.




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