Hammam
Hace frío en Hong Kong... Claro que no como en Europa, pero las casas no están hechas para lidiar con 12 grados centígrados en el exterior. En las mañanas me puedo sentar en el sofá para calentarme con el sol de la mañana pero en las tardes hace falta ponerse suéteres (sí, en plural) o enrollarse en una cobija calientita. Y mientras escribo con frío recuerdo un día con temperaturas mucho más bajas que Ana Pau y yo pasamos disfrutando en traje de baño:
Justo unos días antes de la graduación de Ana Paula fue mi cumpleaños. Desde que se fue a vivir a Suiza, hace ya seis años, no habíamos estado juntas en esta fecha, por lo que aprovechó que estuviera yo con ella para consentirme en serio.
Primero fuimos a un cafecito muy acogedor para tomar el desayuno típico europeo: un renversé (como llaman en Ginebra al café latte) con un delicioso croissant.
Saliendo de ahí tomamos nuevamente el tranvía para ir hacia a la orilla sur del lago de Ginebra. Íbamos a un Hammam llamado Le Bain Bleu. No crean que yo sabía bien de qué se trataba el asunto, me imaginaba que era un tipo de spa, y pues sí, el Bain Bleu es un baño marroquí que las dos disfrutamos muchísimo.
A la entrada te entregan una pulsera electrónica que hay que traer puesta todo el tiempo, y a la que cargan todos los consumos dentro del Hammam, tanto para los diferentes servicios como para alimentos, bebidas, cremas, jabones, e incluso toallas si se te han olvidado.
Bajando un piso se encuentran los vestidores con cambiadores, regaderas, casilleros, secadoras de pelo, todo decorado en café y dorado. Una vez desenfundadas de nuestras cinco capas de ropa nos pusimos el traje de baño y fuimos a explorar.
Decidimos primero meternos a la alberca interior. Al no tener ventanas, la iluminación es tenue y discreta, creando un ambiente acogedor mientras que el agua tiene una temperatura deliciosa, supongo de unos 37 a 39 grados. El diseño de la piscina ayuda ir relajándose poco a poco: todas las paredes están recubiertas de azulejos en diversos tonos de azul y gris, con una iluminación suave y discreta. Hay áreas donde cae el agua como cascada del techo, otros rincones con burbujas y chorros de agua, plataformas dentro de la alberca en donde recostarse, y el centro hay una pequeña habitación con hidromasaje suave y un tragaluz en las alturas.
Después de un buen rato de estar flotando en las aguas termales, decidimos pasar al Hamman, que consiste de seis etapas diferentes.
Para entrar al Hammam, hay que cubrirse con un pareo de tela opaca que te dan a la entrada y decidimos también comprar un pequeño tarro de jabón exfoliante de color negro.
El primer paso es una sala de vapor con aceites aromáticos, pero la temperatura no es tan elevada como una sauna, para que el cuerpo se vaya acostumbrando al calor y la humedad.
De ahí pasamos a la sala de exfoliación (en mi opinión, esta palabra suena mucho más bonita en francés: gommage); a la entrada hay una caja con unos trapos llamados Kessa, hechos de un material bastante rugoso y luego está una plataforma larga con varios lavabos metálicos y pequeñas palanganas de plata. Aquí usamos el jabón negro para frontarnos de la cabeza a los pies y nos enjuagamos a jicarazos.
La tercera etapa es de reposo en una alberca de agua caliente, seguida de relajación sobre piedras calientes. Creo que esto fue lo que más me gustó, estar echada cual lagartijas sobre las losetas calientes.
Como último paso de la zona húmeda se puede entrar a una sauna. A mí me cuesta mucho trabajo estar en un lugar encerrado, caliente y saturado de humedad, así que sólo aguanté unos tres minutos antes de sentir que me ahogaba y salirme.
Para finalizar el recorrido, abandonas el pareo en un enorme bote y te forras en una acolchada bata antes de pasar a la zona seca, un acogedor café con sillones y sofás. Ahí puedes tomar té de hierbas, incluído en la visita, o comprar un bocadillo o un pan dulce.
El Hammam también ofrece diferentes masajes, con costo adicional, claro está.
Después de una buena plática, nos fuimos a poner nuevamente el traje de baño para ir a la alberca al aire libre. Ésta se ubica en el techo de las instalaciones, con una vista maravillosa sobre el lago de Ginebra y las montañas del Jura.
Cuando nos dimos cuenta eran casi las tres de la tarde aunque decidimos no comer ahí, sino regresar al depa de Ana Pau para prepararnos algo de pequeño de comer porque en la noche nos esperaba Tina, la mamá de Danilo, para cenar en su casa.
Fue un día inolvidable y que disfruté de principio a fin. ¡Gracias, hija!
Fotos del lugar
Justo unos días antes de la graduación de Ana Paula fue mi cumpleaños. Desde que se fue a vivir a Suiza, hace ya seis años, no habíamos estado juntas en esta fecha, por lo que aprovechó que estuviera yo con ella para consentirme en serio.
Primero fuimos a un cafecito muy acogedor para tomar el desayuno típico europeo: un renversé (como llaman en Ginebra al café latte) con un delicioso croissant.
Saliendo de ahí tomamos nuevamente el tranvía para ir hacia a la orilla sur del lago de Ginebra. Íbamos a un Hammam llamado Le Bain Bleu. No crean que yo sabía bien de qué se trataba el asunto, me imaginaba que era un tipo de spa, y pues sí, el Bain Bleu es un baño marroquí que las dos disfrutamos muchísimo.
A la entrada te entregan una pulsera electrónica que hay que traer puesta todo el tiempo, y a la que cargan todos los consumos dentro del Hammam, tanto para los diferentes servicios como para alimentos, bebidas, cremas, jabones, e incluso toallas si se te han olvidado.
Bajando un piso se encuentran los vestidores con cambiadores, regaderas, casilleros, secadoras de pelo, todo decorado en café y dorado. Una vez desenfundadas de nuestras cinco capas de ropa nos pusimos el traje de baño y fuimos a explorar.
Decidimos primero meternos a la alberca interior. Al no tener ventanas, la iluminación es tenue y discreta, creando un ambiente acogedor mientras que el agua tiene una temperatura deliciosa, supongo de unos 37 a 39 grados. El diseño de la piscina ayuda ir relajándose poco a poco: todas las paredes están recubiertas de azulejos en diversos tonos de azul y gris, con una iluminación suave y discreta. Hay áreas donde cae el agua como cascada del techo, otros rincones con burbujas y chorros de agua, plataformas dentro de la alberca en donde recostarse, y el centro hay una pequeña habitación con hidromasaje suave y un tragaluz en las alturas.
Después de un buen rato de estar flotando en las aguas termales, decidimos pasar al Hamman, que consiste de seis etapas diferentes.
Para entrar al Hammam, hay que cubrirse con un pareo de tela opaca que te dan a la entrada y decidimos también comprar un pequeño tarro de jabón exfoliante de color negro.
El primer paso es una sala de vapor con aceites aromáticos, pero la temperatura no es tan elevada como una sauna, para que el cuerpo se vaya acostumbrando al calor y la humedad.
De ahí pasamos a la sala de exfoliación (en mi opinión, esta palabra suena mucho más bonita en francés: gommage); a la entrada hay una caja con unos trapos llamados Kessa, hechos de un material bastante rugoso y luego está una plataforma larga con varios lavabos metálicos y pequeñas palanganas de plata. Aquí usamos el jabón negro para frontarnos de la cabeza a los pies y nos enjuagamos a jicarazos.
La tercera etapa es de reposo en una alberca de agua caliente, seguida de relajación sobre piedras calientes. Creo que esto fue lo que más me gustó, estar echada cual lagartijas sobre las losetas calientes.
Como último paso de la zona húmeda se puede entrar a una sauna. A mí me cuesta mucho trabajo estar en un lugar encerrado, caliente y saturado de humedad, así que sólo aguanté unos tres minutos antes de sentir que me ahogaba y salirme.
Para finalizar el recorrido, abandonas el pareo en un enorme bote y te forras en una acolchada bata antes de pasar a la zona seca, un acogedor café con sillones y sofás. Ahí puedes tomar té de hierbas, incluído en la visita, o comprar un bocadillo o un pan dulce.
El Hammam también ofrece diferentes masajes, con costo adicional, claro está.
Después de una buena plática, nos fuimos a poner nuevamente el traje de baño para ir a la alberca al aire libre. Ésta se ubica en el techo de las instalaciones, con una vista maravillosa sobre el lago de Ginebra y las montañas del Jura.
Cuando nos dimos cuenta eran casi las tres de la tarde aunque decidimos no comer ahí, sino regresar al depa de Ana Pau para prepararnos algo de pequeño de comer porque en la noche nos esperaba Tina, la mamá de Danilo, para cenar en su casa.
Fue un día inolvidable y que disfruté de principio a fin. ¡Gracias, hija!
Fotos del lugar
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